Mientras en numerosos países la crisis sanitaria suscitaba sobre todo importantes debates sociales, económicos y éticos, la cuestión racial ha surgido de pronto en Estados Unidos y ha provocado una onda de choque en todo el mundo. De resultas, la salida de la pandemia se convierte en algo mucho más complejo de lo que cabía imaginar. En efecto, no sólo hay que gestionar la contradicción entre la idea de dar prioridad absoluta a la salud y la vida humana y la de conceder una prioridad no menos absoluta a la recuperación económica y el empleo. No sólo hay que tener en cuenta el imperativo ecológico, pensar en el empleo verde y la desglobalización, criticar la globalización actual. Sino que, de pronto, también hay que tener en cuenta esas nuevas reivindicaciones que irrumpen para hacer primar el combate antirracista en la escena pública, por delante incluso de un riesgo sanitario que dista de estar descartado.
Este combate es planetario y nacional, porque difiere de un país a otro, en función de su historia, su estructura social o la naturaleza de sus minorías nacionales, religiosas o étnicas. Aunque en todas partes surgen reivindicaciones identitarias, exigencias de reconocimiento cultural, afirmaciones religiosas, el combate apela hasta ahora a valores universales. A partir del asesinato racista de George Floyd, a quien un policía impidió respirar durante más de ocho minutos, el único tema es la justicia. Los actores hacen un llamamiento a la igualdad, a los derechos humanos, y enlazan con los grandes movimientos antirracistas del pasado, como el de los derechos civiles en EE.UU. a finales de la década de 1950 o la acción encarnada por Nelson Mandela para acabar con el apartheid en Sudáfrica.
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